Eduardo Lourenço |
Lourenço profesor, Lourenço filósofo, Lourenço poeta, Lourenço crítico literario, Lourenço escritor total… con todas las aristas del saber contenidas en su pluma excepcional y diáfana, con sus verdades como puños siempre en primer plano. Así lo atestigua la exhaustiva edición de sus obras completas, que llevan la rúbrica de la Fundación Gulbenkian con todo el rigor que él mismo predicaba.
Portugal entona el fado más triste por la muerte de su pensador de referencia indiscutible, que había nacido en la región de la Beira Baixa y llevaba la marca transfronteriza en sus genes.
Ahí, cerca de la Alameda de Gardón, se fraguó su brillante proclama ante la posteridad «El laberinto de la saudade» allá por 1978, un fresco inmenso de ese Portugal que oscila entre lo real y lo irreal, de ese Portugal cotidiano que siempre mira hacia atrás por si alguien le pisa los talones, por si las sombras pueden eclipsar a las luces. Una pieza cumbre que Miguel Gonçalves Mendes se atrevió a trasladar a la gran pantalla en un documental que sorprendió hace dos años en diversos festivales, como el de cine de frontera que se celebra en San Sebastián.
Despedida un tanto apocalíptica para el estandarte de la Lusitania posterior a Fernando Pessoa, justo solo un día después de cumplirse 85 años sin el autor del «Libro del Desasosiego».
La filosofía se daba la mano con la poesía en su discurso fluido, que despertaba la admiración hasta de sus «adversarios» ideológicos, aquellos que preferían correr las cortinas y dejar que los árboles taparan el bosque de la sociedad lusa a lo largo de las décadas.
La Revolución de los Claveles abrió las puertas al Portugal del siglo XXI, y él sabía que se cerraría el acceso por momentos, que no iban a desplegarse de par en par de forma uniforme.
El premio Camoes y el premio Pessoa, dos de los más importantes galardones de las letras portuguesas, jalonaban su impecable trayectoria, la misma que esculpió a golpe de «Heterodoxia», uno de sus títulos fundamentales, como también lo fue el emblemático (e irónico) «El fascismo nunca existió».