sábado, 19 de diciembre de 2020

La «maldición» de los escritores del Siglo de Oro español

Lope de Vega
Calderón de la Barca
, cuyos restos aún se siguen buscando, no es el único escritor español del Siglo de Oro que ha sufrido los avatares del tiempo en cuanto a finados se refiere el asunto. Otros autores que han dejado textos inmortales, como Lope de Vega o Quevedo, también han sufrido la misma «maldición», que no es otra que la convulsa historia de España, y sus restos han seguido viviendo «aventuras» a lo largo y ancho de los años.

Lope de Vega murió el 27 de agosto de 1635, y después de nueve días de honras fúnebres sus restos fueron depositados en la Iglesia de San Sebastián, en la madrileña calle de Atocha. El entierro, organizado y pagado por el duque de Sessa, pasó a la historia por las multitudes que se agolparon en Madrid para despedir al «fénix de los ingenios». Cuando el duque de Sessa dejó de pagar, allá por el siglo XVII, los restos del escritor pasaron a una fosa común, y en la actualidad se encuentran en paradero desconocido.

Francisco de Quevedo falleció el 8 de septiembre de 1645, y sus restos fueron depositados en enterrado en el convento de Santo Domingo, en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real). Allí estuvo hasta que en 1796 esa capilla pasó a ser propiedad del Cabildo eclesiástico. Entonces, se decidió ordenar de forma más acomodada los restos de quienes estaban allí enterrados, pero la operación, en un principio sencilla, terminó con el sepulturero extrayendo todos los huesos del convento y mezclando los de Quevedo con los de los demás difuntos.

En la segunda mitad del siglo XIX se emprendió el proyecto de crear un panteón nacional, y entonces se encargó al alcalde de Villanueva de los Infantes que se cerciorara si «existían» aún los restos de Quevedo, para que fueran enviados a Madrid. De los nueve nichos que había en el convento, ocho tenían vestiduras eclesiásticas, así que por descarte se decidió que el restante era Quevedo. Sus restos se metieron en una caja negra y se enviaron a Madrid.

El proyecto fracasó, y la urna de Quevedo regresó a Villanueva de los Infantes, donde quedó abandonada hasta que en 1917 el alcalde Santiago Navarro la encontró. Y así, en 1920 se le dio sepultura en la ermita del Calvario, en un acto que fue muy criticado en el momento, pues se sospechaba que aquellos restos poco tenían que ver con los del autor de «La vida del Buscón».

Fue en 1995 cuando unas obras de restauración en la Iglesia Parroquial de San Andrés descubrieron en 1995 la existencia de la cripta donde fueron a parar los auténticos huesos de Quevedo. Se le identificó gracias a su cojera, por su fémur derecho.

Miguel de Cervantes murió en abril de 1616, y sus restos fueron depositados en la iglesia de las Trinitarias. Con el paso de los años sus huesos se mezclaron con los de otros 16 difuntos, entre los que se encontraba su esposa, y fueron enterrados en una caja a casi metro y medio de profundidad sobre 1730.

En febrero de 2015 se exhumaron los restos, aunque no se pudo comprobar cuáles eran de Cervantes al 100%.