El mausoleo de Augusto, la tumba que el primer emperador de Roma mandó construir para su dinastía hace dos milenios, abrirá sus puertas al público desde el próximo mes de marzo tras décadas de abandono y una ardua restauración.
El mausoleo, escondido en pleno centro histórico entre la maleza, ha sido rehabilitado desde 2017 gracias a la colaboración entre el sector público y la telefónica TIM. Las obras han hecho posible que este valioso yacimiento pueda ser visitado a partir del próximo 1 de marzo. Hasta hace 14 años solo se permitían algunas visitas de pequeños grupos pero desde entonces permanecía cerrado.
El espacio, hoy en ruinas, era ciertamente colosal: alcanzaba una altura de 45 metros y con sus 87 metros de diámetro sigue siendo el sepulcro circular más grande del planeta. Dentro, en su centro, custodia otro edificio cilíndrico en el que se depositaron las cenizas de Augusto y de su gens, de su familia. De hecho aún hoy puede verse la lápida de su sobrino Marcelo.
El edificio no es un monumento cualquiera, sino que se trata de la primera tumba dinástica de aquella Roma que en el año 27 a.C dejaba atrás el sistema republicano para ser regida por emperadores. Su relevancia no solo es arqueológica sino también política, clave para entender el asentamiento de la dinastía Julio-Claudia.
Augusto accedió al poder al ganar cinco guerras contra quienes se lo disputaban, la última y más decisiva la batalla naval de Accio, frente a las costas helenas, contra Marco Antonio y Cleopatra. Los romanos temían que este famoso militar trasladase la capital a Egipto, embriagado por su bella y legendaria reina, y por eso Augusto, tras su triunfo, una de las primeras cosas que ordenó fue la construcción de este enorme mausoleo. Y lo hizo en el Campo Marzio, un área de Roma en el que fue cremado su tío Julio César y donde el historiador Tito Livio sitúa el ascenso al cielo del mítico fundador de la urbe, Rómulo, convertido en el dios Quirino. Augusto certificaba así su romanidad.
Con esta rehabilitación, a veces cuestionada por el uso de materiales modernos, el visitante comprenderá la importancia histórica de este lugar, conocerá los distintos usos que tuvo a lo largo de los siglos y descubrirá, además, los numerosos restos antiguos descubiertos bajo tierra durante las labores de restauración. Pues la recuperación del mausoleo supone también rehabilitar toda una plaza, a orillas del río Tíber, que precisamente no destaca por su belleza, sino más bien por todo lo contrario, siempre llena de verjas de obra y utilizada como dársena para los buses urbanos. El ayuntamiento romano prevé cambiar ahora su aspecto con jardines y un nuevo diseño urbanístico todo el área que rodea al monumento y exponer los restos hallados, incluso se baraja permitir el acceso a una cavidad con ábsides localizada en el lugar.
La restauración costó 4,2 millones de euros, mientras que la de toda la plaza se estima en unos ocho millones, y salvo imprevistos se pretende concluir toda la obra a finales de 2023.
Este panteón es el ejemplo del uso polivalente que los restos de la capital italiana han tenido a lo largo de los siglos. El último emperador sepultado en su interior fue Nerva, a finales del primer siglo de la era, y después el lugar cayó en desuso. Y no solo eso, sino que sus ricos materiales, mármoles, metales y esculturas fueron depredados y usados para la reconstrucción de la ciudad en el siglo XVI, con la vuelta del papa de Avignon.