El papa León X quería aportar su grano de arena a la Capilla Sixtina, así que encargó a un joven Rafael en 1515 una serie de cartones -la base del tapiz- con historias de los apóstoles para que adornaran la parte baja de las paredes, que están pintadas con cortinas falsas.
En 1519 ven la luz por primera vez en la misa de San Esteban y el impacto fue tal, que el maestro de ceremonias Paride de Grassi recoge en sus diarios el «estupor y la admiración» del público por la obra, que apostaba por escenas poco comunes en el repertorio religioso como La curación del paralítico o La pesca milagrosa.
La modernidad había llegado por fin a los tapices, unas obras más exclusivas que los cuadros y, que en el caso de la obra de Rafael costó más que los propios frescos de Miguel Ángel. Donde antes había horror vacui y figuras apelmazadas, ahora desfilaban figuras perfectas, paisajes, perspectiva y una historia fácil de entender para cualquier observador.
«La serie marcó un antes y un después en el género», explica la conservadora de tapices de Patrimonio Real, Concha Herrero, comisaria de la exposición, que se inaugura hoy y que es la primera organizada por Patrimonio Nacional desde el confinamiento.
Rafael murió sin ver expuestos sus tapices, que solo volvieron a salir en contadas ocasiones de los archivos. Una falta de presencia que la leyenda atribuye a Miguel Ángel, que no quería que sus frescos rivalizaran con la famosa obra. La rivalidad acabó en parte en febrero de este año, cuando el Vaticano colocó los tapices durante una semana en la Sixtina con motivo de una exposición excepcional para conmemorar el quinto centenario de la muerte de Rafael.
Todos los reyes europeos del momento quisieron tener la obra de Rafael en sus colecciones de tapices, un objeto de auténtico lujo.
Cuando Felipe II viaja a Países Bajos para casarse con María Tudor, encuentra una serie completa y ya terminada en el taller de Jan van Tieghem, no lo piensa dos veces y se hace con ellos.
Esos tapices son los que ahora se pueden ver en la monumental galería central del Palacio Real de Madrid. El estado de conservación de las obras es excepcional, mejor que los del Vaticano, ya que están hechos en seda y lana y no con hilo de oro y plata, por lo que no se han oxidado.
En estos paños se pueden ver una serie de escenas hasta entonces poco comunes en el imaginario religioso como La curación del paralítico, La lapidación de San Esteban, La conversión de Saulo o La pesca Milagrosa.