Las niñas, de Pilar Palomero, acabó convertida en la película del año. La gala más emocionante para la cinta más emocionante. Emoción por emoción. Era lo lógico y, por ello, lo predecible. Pero lo hizo a la vez que unos Goya para el recuerdo se repartían de forma educada y casi proporcionada entre casi todos. Nadie se fue de vacío. Se diría que lo justo era eso. En un año extraño, raro, pandémico y hasta miserable, todos los que se atrevieron a estrenar quizá merecían premio. Y a ello se aplicó la Academia. Y luego está el asunto de Santiago Segura.
Los cuatro Goya de la cinta que retrata la infancia de un país entero desde los ojos de una niña en Zaragoza hacía buena la propia trayectoria de la película desde que se presentó en el Festival de Berlín. Luego ganó en Málaga. Y luego en los Forqué. Y luego en los Feroz. Y ahora, por fin, los Goya.
Palomero, directora debutante, hace descansar todo el largometraje en el gesto ausente de la jovencísima actriz Andrea Fandos. La película quiere jugar a los contrastes. Por fuera, España (ese es el país del que se habla) recibe un tiempo nuevo y multicolor donde brillan la Expo, los Juegos Olímpicos y el AVE. Por dentro, todo insiste en el color gris de lo inmutable, de lo eterno, de lo rancio. El resultado es una película meticulosa en la descripción de cada una de las mentiras que conforman la memoria, bella en su dibujo de lo triste, clara en su más íntima paradoja. Y convertida así en la película del año.
Le dio el premio Ana María Ruiz López, enfermera, y cada uno de los segundos de su brillantísima intervención fueron oro. Que además recibiera los galardones mayores de dirección novel, guión y, no menos importante, el de la fotografía que por primera vez en la historia recibe una mujer, la colombiana Daniela Cajías, subraya lo evidente, lo importante y lo necesario incluso.
A su lado, Akelarre salió de la ceremonia convertida en la más laureada. Todos los premios técnicos, cinco en total, fueron para la cinta vasca del director argentino Pablo Agüero que acudió a la competición del Festival de San Sebastián. No lejos y con los mismos Goya que Las niñas, Adú. Sus 13 nominaciones acabaron convertidas en cuatro estatuillas. Entre ellas, las de mejor director, Salvador Calvo, y actor revelación, el francés Adam Nourou.
La Academia premiaba de este modo a la única cinta de todas las que aparecían como candidatas a algo que se ha colado entre las 10 más vistas del año. La sexta para ser preciso. No habría tenido sentido de otro modo y más después de dar completamente de lado a Padre no hay más que uno 2, la más vista de todas ellas.
Sin embargo, en el orden natural de lo extraordinario en un año extraordinario, no conviene dejar pasar lo ocurrido con Ane, de David Pérez Sañudo, y hasta con El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco. A la primera le corresponde el beneficio de lo que explota. La película del debutante vasco, aunque también algo madrileño, propone un estudio tan colérico como brillante del pasado reciente del País Vasco que también es metáfora del abismo que separa generaciones. Las actrices Patricia López Arnaiz y Jone Laspiur antes que sólo actuar frente a frente, muerden. Una a otra y las dos a la propia pantalla. Justo es que junto al premio a la escritura (guión adaptado) estuvieran ellas dos. Frente a frente. A dentelladas.
Y luego está la cinta del murciano El año del descubrimiento que, no contento con hacer honor a la evidencia convirtiéndose en el documental del año y de todos los festivales por los que ha pasado, consiguiera también el del montaje para Sergio Jiménez. Por primera vez ocurre algo así. Se trata de una película construida en dos pantallas donde el pasado se mezcla con el presente en un diorama virtuoso que convierte la historia reciente de España en el materia viva cinematográfica. Memorable fue la gala, memorables, como mínimo, estos dos últimos aciertos.
Que La boda de Rosa, de Icíar Bollaín, fuera premiada con la canción de Rozalen y el trabajo de Nathalie Poza (actriz de reparto) y que Mario Casas consiguiera por fin su Goya por No matarás formaba parte del justo reparto, de la justa ceremonia, del brillantísimo saber estar de un Banderas descomunal.