Catedral de Barcelona |
Estamos en el año 599. Años después, las invasiones árabes asolaron la región y destruyeron la ermita, por lo que el obispo Frodoino pidió ayuda al hijo de Carlomagno, Carlos el Calvo, para reconstruir el templo, esta vez consagrado a Santa Eulalia.
A finales del primer milenio apareció Almanzor, el azote de Dios, que arrasaba a su paso con toda huella de cristianismo y de nuevo hubo que alzar una iglesia. Lo hizo Berenguer el Viejo, demostrando que si los islamitas eran pertinaces destruyendo, más lo serían los cristianos honrando a su Dios. De aquella primera catedral románica sólo queda la portada principal, aunque la tumba de su benefactor, Berenguer el Viejo, y de su esposa Almodis, aún se conserva bajo sus piedras. Fue Jaime II de Aragón quien mandó construir la catedral que hoy conocemos. Lo hizo a finales del siglo xiii y no se terminaría hasta mediados del xv, bajo el reinado de Alfonso V.
El ritual de colocación de la primera piedra comenzaba señalando con una cruz de madera la posición del altar. Después se colocaba una gran piedra cúbica en algún lugar del perímetro señalado. Entonces el obispo rociaba con agua bendita la cruz y la piedra original, que luego era fijada con cemento o argamasa. A continuación rociaba el perímetro de agua bendita, pedía ayuda a los fieles, a quienes concedía indulgencias, y celebraba la primera misa.
La catedral de Barcelona presenta una fachada exterior con dos altas torres laterales y otra central coronada por un cimborrio de 70 metros. Aunque su proyecto data de 1480, no se construyó hasta finales del siglo xix. En el interior destaca la cripta con los restos de Santa Eulalia, situada bajo el presbiterio, cuyo sepulcro de estilo italiano se sostiene sobre ocho columnas de mármol jaspeado. Una de sus acogedoras capillas alberga el retablo de la Transfiguración, obra de Bernardo Martorell, y en la capilla de San Olegario se encuentra el Cristo de Lepanto, uno de los que más devoción despierta entre los feligreses.