Juan Diego Botto |
El jurado ha destacado el "profundo y permanente compromiso con la escena como vehículo de transmisión de realidades políticas y sociales incómodas" que ha desarrollado el intérprete bonaerense durante sus más de 30 años sobre los escenarios españoles desde que debutara en el año 1987 con Alessio en el Centro Dramático Nacional.
No era la interpretación ajena a Juan Diego Botto desde su infancia en Argentina, educado en una familia de fuertes raíces culturales por parte paterna y materna. Su padre era el actor Diego Fernando Botto, y su madre, la actriz y la profesora de arte dramático Cristina Rota. Con ella llegó a España cuando sólo tenía dos años, tras haberse divorciado de su marido, país en el que desarrollaría su extensa carrera teatral y cinematográfica, y con ella comenzó su formación artística a los 15 años.
Con 17 abandonó la cercanía de su madre para probar suerte en Nueva York, con Uta Hagen como mentora. Pero su carrera teatral siempre estará indefectiblemente ligada a la figura materna con quien en 1996 tendría una primera experiencia profesional conjunta con "El rufián de la escalera", obra dirigida por ella misma en la Sala Mirador de Madrid. Ese sería el primer paso para futuras colaboraciones como "Rosencrantz y Guildenstern han muerto" o "Despertares y celebraciones", en este caso a partir de un texto del propio hijo, que dos años antes, en 2005, había debutado en la autoría teatral con "El privilegio de ser perro".
Durante los últimos años, Botto ha ido acoplando todos los registros a un currículum que atesora labores de interpretación, escritura y dirección de forma simultánea. Así, por ejemplo, en 2008, dirigió y protagonizó su propia versión de "Hamlet" en el Teatro María Guerrero y obtuvo el doble Premio Max -Mejor Autor Revelación y Mejor Actor- en 2012 con su propia obra Un trozo invisible de este mundo (2012), nuevamente bajo la dirección de Sergio Peris-Mencheta, como en esta ocasión en "Una noche sin luna", su último elogio lorquiano.