Sen Connery |
Las películas basadas en las novelas de Ian Fleming no sólo hablaban de espías en un mundo extraño, también definían el espacio sagrado que configura tanto al cine de aventuras como al propio deseo. Y en medio, Connery, Sean Connery. Fleming, de hecho, siempre escribió para él.
En su universo cultivado y elitista, él era un impostor. Simpático y ocurrente, pero intruso al fin y al cabo. Para los turistas pobres (todos nosotros) que se acercaban a sus novelas en busca de una experiencia nueva, pero de apariencia real, él ofrecía la puerta de entrada a un paraíso de deseo lejano, seductor e irrenunciable. Un resort de universos turbios, simples y nuevos. Por todo ello, el Bond de Sean Connnery, antes que cualquier otro, era la encarnación de un planeta, el que aparecía en la parte de atrás de las noticias más extravagantes de los periódicos, verosímil y completamente irreal a la vez. Y por ello, deseable. Puro deseo.