La Catedral es una joya que atesora infinidad de joyas, que guarda celosamente tesoros y secretos de infinita belleza. Pero no todos están hechos en piedra, madera, lienzo, tabla, oro o plata. También los hay en papel. Amén de los cientos de miles de legajos que conserva el archivo catedralicio y que permiten conocer al dedillo la historia y los diversos avatares del primer templo metropolitano, posee también un fondo de lo más singular. Una rareza en todos los sentidos que, sin embargo, ha cobrado en poco tiempo trascendencia: es posible que no haya en ningún otro lugar del mundo una colección de ejemplares de El Quijote como la que atesora la biblioteca de la Catedral, donde se acumulan los ejemplares de la obra cumbre de la literatura en español, la inmortal creación de Cervantes, la novela a partir de la cual se pudieron inventar las demás.
Este tesoro (casi) secreto es contemporáneo.Fue en la década de los años 90 del pasado siglo cuando el archivo catedralicio recibió una donación insólita: 198 ediciones del más perfecto artefacto de la historia de la literatura. La viuda de un hombre que había pasado media vida coleccionándolos los entregó, sabedora de que en ese lugar estarían muy bien conservados. Aquello fue sólo el comienzo: hoy cuenta en sus anaqueles con 400 ejemplares en cuarenta idiomas diferentes. Una Babel quijotesca a la que han ido contribuyendo particulares e incluso trabajadores del archivo, que los buscan con mimo cuando viajan al extranjero o cuando tienen la posibilidad de asistir a ferias de libro antiguo o a librerías de viejo.
El ejemplar más antiguo data de 1777, si bien cuenta este fondo con un facsímil de la segunda edición de la inmortal obra de Cervantes, que está fechada en 1605. Los hay ilustrados, como el que la editorial Everest le encargó al gran pintor burgalés Vela Zanetti; los hay en chino, en árabe, en japonés e incluso en latín; los hay minúsculos; los hay enormes.Quijotes para todos los gustos. Matías Vicario, canónigo archivero, muestra orgulloso los anaqueles en los que descansan todos.Celoso guardián del tesoro, él mismo ha conseguido alguno para la colección, que crece y crece y crece despacio (y a veces no tanto; el último ingreso ha sido de 106 ejemplares) pero inexorablemente. «Para nosotros es un orgullo conservar este fondo. Y siempre estamos dispuestos a recibir más. Los esperamos con los brazos abiertos. Tener todos estos Quijotes enriquece nuestros fondos. Creemos que merece la pena seguir adelante, conservarlos e ir incrementando el fondo todo lo que podamos. Nos honra tener esta sección en la biblioteca de la Catedral», apostilla Vicario, consciente de que no dejar de ser especial que una obra de arte tan maravillosa como es el templo burgalés cuente en su interior con otra obra de arte multiplicada por 400.
En este sentido, no se trata sólo de una colección que hace singular al archivo catedralicio: ya son varios los estudiosos de la obra de Cervantes que han consultado el fondo, toda vez que cada una de las numerosas ediciones tienen sus particularidades, sus estudios preliminares, sus prólogos, sus análisis... Tanto de los que se editaron en este siglo, como en el anterior, y el anterior, y el anterior... En un lugar de la Catedral de cuyo nombre sí nos acordamos -el archivo-, ha ya varios años que vive una colección única, un tesoro singular que hace aún más especial a la Catedral más hermosa del mundo.