La pintura de Álvaro Negro requiere una mirada sosegada y expectante. Exige del espectador concentración, dejarse atrapar por el ritmo de lo sumado y de lo restado en el proceso, reclama comunión espiritual con la obra y con el gesto del artista y no olvida su relación histórica con la pintura europea del Renacimiento y el Barroco.
El ‘naturalismo trascendental’ del Giotto –la ruptura con la iconografía distante bizantina y el cambio radical que emprende al sustituirlo por un realismo que tiene en cuenta al espectador, sin olvidar el significado eterno de la imagen– sostiene el andamiaje estético de la pintura de nuestro artista: ‘Cómo hacer tangible —dice Álvaro Negro–una correspondencia entre la “presencia” de lo corpóreo, lo emocional, lo humanístico y lo divino (lo absoluto)”.