En el año 1942, el joven Gilles es arrestado por soldados de las SS cuando escapaba hacia Suiza. En el camión que le conduce hacia un campo de concentración, junto con otros judíos, cambia medio bocadillo por un libro de autoría persa. Precisamente enseñando ese ejemplar consigue evitar la ejecución al jurar a los guardias que no es judío sino de esa nacionalidad. El interés de un capitán por aprender el farsi le salvará la vida. Mientras, a medida que avanzan las clases, se consolida una extraña amistad entre ambos.
Gran Premio del Público en el pasado Festival de Sevilla, la nueva película de Vadim Perelman, al que en España conocíamos fundamentalmente por el desgarrador drama Casa de arena y niebla (2003) logra, como ocurrió con la oscarizada El hijo de Saúl (2015), narrar el holocausto de forma original, ahora destacando el coraje y inteligencia con los que unos pocos lograron sobrevivir a la matanza indiscriminada.
Uno de los ejes más sobresalientes de la película es el tema de la memoria, por un lado porque para Gilles, la invención de un lenguaje y la memoria para conseguir enseñárselo al militar, logran salvar su vida pero, también, porque si de algo se preocuparon los nazis, en su caída, es de intentar no dejar pruebas, en quemar y destruir todos aquellos documentos que dejaran constancia de los crímenes cometidos en sus campos.
Narrada con un estilo muy realista, Dmitriy Tatarnikov, y Vlad Ogai Alexey fueron los encargados del diseño de producción, de que tuvieran veracidad esas imágenes que se muestran del campo. Se apoyaron en fotografías y videos de la época. En concreto se inspiraron en uno llamado Natzweiler Struthof, situado entre Francia y Alemania, al noreste del país galo y añadieron una selección de elementos de otros campos, por ejemplo, las puertas principales de la película son de Buchenwald.
Igualmente el director, y sus colaboradores, llevaron a cabo una investigación exhaustiva para saber cómo eran los de tránsito, cuánto tiempo pasaban allí los presos mientras contaban con la ayuda de un asesor histórico, Jörg Müllner, que estuvo muy pendiente de que los actores alemanes actuaran y se comportaran como lo hacían los nazis. Un retrato que los muestra, en su mayoría, como seres crueles pero creíbles en sus acciones. De tal forma que la autenticidad de las imágenes y los diálogos consiguen que sintamos empatía por el protagonista, Gilles, pero también por el capitán, Klaus Koch, que aspira empezar una nueva vida en Persia montando un restaurante.