Iglesia de San Fco. Javier |
El Nuevo Baztán fue un experimento. Antes de que el noble Juan de Goyeneche llegara a este rincón de la geografía madrileña, este no era más que un páramo yermo y desolado. Un lugar insospechado para soñar, estamos en los primeros años del siglo XVIII, pero aquí se cumpliría la fantasía industrial de este navarro con finísimo olfato para el negocio y buenas conexiones con la Corte.
Con la ayuda de su amigo el arquitecto José Benito de Churriguera levantó entre 1709 y 1713 una pequeña ciudad de nueva planta que llamó Nuevo Baztán en homenaje a su tierra natal. Era la primera vez que en España se creaba un pueblo para dar cobijo a un conjunto de manufacturas y sus trabajadores.
Hoy, tres siglos después, esta joya madrileña continúa a desmano y detenida en su tiempo. Pero nada ha impedido un renovado ímpetu viajero, sobre todo desde que hace justo un año fuera incluida en la codiciada asociación de los "Pueblos más bonitos de España". Junto a Chinchón es el único integrante madrileño de la red. El efecto ha sido notable: en 2021, el número de visitantes se ha triplicado, según los datos de la oficina de Turismo.
Lo primero que descubre el viajero al llegar a Nuevo Baztán es que esta es a la vez una ciudad funcional y monumental. Churriguera proyectó tres amplias plazas en torno a la iglesia y al palacio de Goyeneche. Esta es la parte aristocrática donde vivía la familia y una veintena de maestros artesanos que se trajeron de Europa.
Lo que sí sigue en pie es la antigua bodega del palacio que hoy sirve de centro de interpretación. Es una parada esencial para conocer la figura del navarro, con muestras de todas sus manufacturas. Por ejemplo, los paños que vistieron a las tropas de Felipe de Anjou en la guerra de sucesión. Un favor que fue devuelto, naturalmente, por el Borbón en forma de exenciones fiscales y el monopolio de artículos de lujo de la Corte y de América.
Eso sí, de la teatralidad y exuberancia del barroco hay poco en Nuevo Baztán. Churriguera se plegó a los deseos austeros del navarro con muy pocas licencias. Solo en la carretera que venía de Madrid hizo plantar dos hileras de olmos que unían sus copas a modo de túnel fresco y sombrío. Al llegar al palacio de Goyeneche era como si se hiciera la luz.
Estos árboles no han llegado hasta hoy, pero muy cerca de la plaza se alza un ejemplar de 300 años. La olma es muy querida en el pueblo. Para abrazar su formidable tronco hacen falta al menos seis personas.
Fuente de los Tritones |
Quedaría una plaza más que ver, la de la Cebada, donde están las casas más humildes a modo de cajas de cerilla, donde vivían los trabajadores de las fábricas y agricultores. Cruzando la carretera, un centro agropecuario servía para abastecerles. Hoy es la bodega "Cuarto Lote", llamada así porque estaba dentro de la cuarta parte de los bienes que se repartieron los herederos de Goyeneche. Un vino de Madrid siempre es buen broche a la escapada.