Hace veinte años la productora Giannina Scott, muy interesada por la moda, leyó el libro de Sara Gay Forden "La casa Gucci: Una sensacional historia de asesinato, locura, glamour y codicia" y, desde ese momento, luchó porque su esposo, el conocido director Ridley Scott (Alien, Gladiator y, recientemente, El ultimo duelo) la trasladara a la gran pantalla. Lo que demuestra este film es que los escándalos y tribulaciones de la familia que está detrás de la legendaria firma italiana ya centenaria poseen un interés fuera de toda duda.
La película abarca tres décadas del emporio familiar de los Gucci, situando en primer plano a uno de los herederos en los años 70, Maurizio, desde que conoció a la turbulenta y ambiciosa Patrizia Reggiani, que se convertiría en su esposa y que cambiaría su vida y la de su familia.
Ridley Scott, muy acostumbrado en otras producciones a montajes complicados, ha optado en esta ocasión por una película de narración lineal que describe pormenorizadamente los ajetreados acontecimientos que rodearon a esta familia, plagada de personajes excéntricos. Para darles vida ha recurrido a un plantel de actores que ejecutan con maestría sus papeles: Lady Gaga encarna a la perfección a la vulgar Patrizia, Adam Driver está insuperable metiéndose en la piel del torpe pero educado Maurizio y solo merecen alabanza los veteranos actores Al Pacino y Jeremy Irons. Sin embargo el que asombra por su irreconocible caracterización y actuación es Jared Leto.
Si otros relatos sobre dinastías ricas y poderosas causan fascinación en el gran público porque les agrada comprobar que "los ricos también lloran", el salto mortal que se plantea en este film es todavía más brutal, porque no solo se comprueba que tienen tantas o más debilidades que cualquier ciudadano medio, sino que asistimos a su destrucción personal debido a su fortuna.