Al norte de los Países Bajos, un pequeño pueblo vive entre el más puro aire libre. Giethoorn tiene esa belleza de los pequeños pueblos del norte de Europa, cubiertos de grandes tejados de paja y llenos de césped, árboles, caminos y ventanas coloridas. Giethoorn es uno de ellos, pero no es uno cualquiera.
Giethoorn |
La tierra y el agua conviven en este entorno sin más intermediarios que los brazos y las piernas de los habitantes. Aquí se camina o se navega. En este pueblo de la provincia de Overijssel está prohibido tener coche. Así lo han establecido las autoridades para que su belleza siga floreciendo en esplendor.
Por supuesto que no se ha decidido de la noche a la mañana, ni se ha obligado a quienes ya tenían vehículo a marcharse. En caso de tener alguno, los vecinos pueden seguir haciendo uso de él, pero siempre a partir una cierta distancia del pueblo. Por lo que deben también dejarlo aparcado a las afueras y volver a casa andando, en canoa o en bicicleta.Concretamente, el medio de transporte favorito entre el vecindario de Giethoorn no es la bicicleta como cabría esperar de los holandeses, sino el llamado punter. Se trata de un pequeño barco de madera impulsado mediante una pértiga o por motor.
De hecho, no hay un solo puente de los más de 170 que tiene el pueblo que pudiera soportar el peso de un coche. Construidas por sus propios habitantes, al igual que los propios canales (cavados en el siglo XIII con el fin de transportar la turba), sus casas tradicionales con granjas centenarias están proyectadas sobre innumerables islas de este carbón ligero y esponjoso de aspecto terroso que las sostienen sobre el agua.
Asimismo, por su ubicación geográfica y sus características, no es de extrañarse que las peculiares calles de Giethoorn se conviertan en enormes pistas de hielo cuando llega el invierno. Que no haya coches, de hecho, resulta incluso curioso en casos como estos, ya que dejan libre toda la vía para los amantes de los patines. Cada año, con las bajas temperaturas, familias y visitantes aprovechan para pasar las tardes sobre las aguas congeladas.
Giethoorn demuestra que no siempre es necesario renovarse o morir, simplemente basta con mantenerse fiel a la esencia de lo que te conforma. Mientras que el mundo se asfaltaba, se multiplicaban las carreteras y crecía la contaminación, en este pueblo holandés se apegaban a los barcos y canales que crearon sus ancestros.