Una de las primeras y evidentes diferencias que existen entre un churro y una porra es el tamaño o mejor dicho su grosor. El churro es alargado y bastante fino aunque puede encontrarse también en forma de lágrima o como también se les conoce «de lazo». Se dice que el origen de los churros españoles está en los pastores que al estar en las montañas y no tener pan fresco que comer, elaboraban una masa con harina y agua y la freían en aceite. El nombre además es en honor a las ovejas «churras».
En cuanto a las porras tienen una forma más gruesa y son también más grandes que los churros y aunque se desconoce su origen, se dice que como los churros comenzaron a hacerse en Zaragoza aunque se popularizaron en Madrid y de hecho se ha convertido en uno de sus desayunos (y meriendas) más «castizos».
Diferencias a la hora de preparar y de freír
Al margen de la forma o tamaño, la manera en la que se elaboran los churros y las porras es también distinta. Puede que en ambos casos la base de la receta sea harina y agua y una pizca de sal, pero en el caso de las porras se suele añadir además un poco de levadura o de bicarbonato y además, la masa se deja fermentar unos minutos. Por otro lado y para que queden más crujientes por fuera y esponjosas por dentro el agua para elaborar la masa de las porras suele calentarse previamente pero no debe superar nunca los 40 grados, mientras que para hacer masa de churros se recomienda que el agua esté hirviendo.
Por último, también encontramos diferencias a la hora de freírlos ya que los churros requieren que el aceite esté al menos 195 grados, mientras que para las porras se necesitará que el aceite esté algo más caliente, hasta llegar a alcanzar como mínimo los 205 grados aproximadamente.