Cientos de personas se congregaron ayer en la Plaza de Santa María y alrededores para asistir al acto que recrea el momento en el que José de Arimatea recuperó el cuerpo de Cristo crucificado y le dio sepultura.
Bajo un sol a ratos abrasador, cientos de personas presenciaron -y aplaudieron- ayer por la mañana el acto del Desenclavo, que se incorporó al programa hace menos de diez años y que representa en la plaza de Santa María el momento en el que José de Arimatea recuperó el cuerpo de Cristo crucificado y le dio sepultura.
El protagonismo del momento lo acaparó la réplica del Santo Cristo de Burgos, que fue portada en andas por cinco costaleros de la cofradía de Las Siete Palabras a través de la plaza del Rey San Fernando, Nuño Rasura y Santa Águeda hasta la fachada de Santa María de la Catedral, donde la talla fue erguida para que pudiera comenzar la lectura del pasaje de la crucifixión. "Se repartieron mis ropas y echaron a suertes mi túnica", se escuchó por la megafonía, mientras la imagen de la Virgen de la Consolación se instalaba justo enfrente.
Una vez finalizada la lectura, los cofrades retiraron la corona de espinas y los clavos, que se presentaron a la Virgen en representación "de quienes han sufrido torturas", momento en el que se hizo mención a la guerra en Ucrania y se apeló a la esperanza de que la humanidad evolucione para bien "y ponga fin a guerras y torturas". A continuación se procedió al descendimiento de la talla, que fue recostada y trasladada ante la imagen de la Consolación con toda solemnidad, para volver a subirlo después a la puerta de Santa María.