Hoy 27 de septiembre de 2020: hace 430 años que falleció de malaria el Papa Urbano VII, a los 13 días de haber sido elegido, convirtiéndose el suyo en el papado más breve de la historia sin contar los tres días de Esteban II en marzo de 752, quien falleció antes de su consagración y, por tanto, fue eliminado de la lista de papas oficiales. En esta lista figuran los obispos consagrados, y en el caso de Esteban, falleció antes de tal ceremonia.
Pese a la poca duración del pontificado de Urbano VII, su papado tuvo un lugar relevante en las relaciones entre la Santa Sede y la monarquía hispánica debido al contexto en el que llegó, tras suceder a Sixto V.
Durante el pontificado de Sixto V (1585-1590), hubo roces entre la monarquía hispánica y la Santa Sede debido tanto al fuerte carácter del pontífice como al poco aguante del nuncio en España y del embajador español en Roma. En un intento de despejar las vías de comunicación, el Papa cambió al nuncio de Madrid, pero el contexto no ayudó a las relaciones.
Un Papa humilde
Cuando Sixto V murió, el embajador en Roma mandó al cardenal Luis Madruzzo al cónclave, pues este cardenal conocía nombres de interés para el monarca español Felipe II. Finalmente el elegido fue Giovanni Battista Castagna (en español Juan Bautista Castagna), que tomó el nombre de Urbano en un deseo de querer rememorar a los primeros pontífices (Urbano I fue el Papa número 17).
Se esperaba una larga etapa con el nuevo Papa, pues Castagna gozaba de buena condición física, tenía solo 69 años y contaba con el beneplácito de los cardenales y regentes cristianos.
La primera decisión que tomó fue ordenar a los panaderos romanos hacer hogazas de pan más grandes y venderlas a precios más asequibles, pagando el déficit de producción de su propio bolsillo. Esta decisión vino por su cercanía a los pobres. Pidió también a sus parientes, una familia noble, que no se preocuparan de aumentar el personal de servidumbre de su casa, ni aceptasen nuevos títulos. Ordenó también a sus criados que no hicieran gastos excesivos, ni se vistieran de forma tan ostentosa como les había ordenado el anterior pontífice. Liberó también a un capitán de caballería apresado por Sixto V. Además, en su testamento dejó todos sus bienes a la caridad.
Muerte inesperada
Finalmente, llegó el día 27 de septiembre. Urbano VII falleció de malaria, acompañado del secretario del embajador veneciano en Roma. Ese mismo día, la noticia llegó a los reyes y príncipes cristianos, nuncios y principales obispos de la curia romana.
A España la noticia no llegó hasta exactamente un mes después. El 27 de octubre, Felipe II y todos sus ministros recibían la trágica noticia con gran disgusto. El embajador veneciano en España justificó esta reacción porque decía que creían haber perdido un Papa que realmente estaba de acuerdo con ellos.
Además el monarca hispánico había nombrado embajador extraordinario al Duque de Feria, Lorenzo Suárez de Figueroa, como muestra de obediencia a Urbano VII, y el sobrino del pontífice, monseñor Pietro Mellini, había sido nombrado nuncio de Madrid, pero perdió las facultades por la muerte de su tío, así que quedó despojado de sus sueños de grandeza.