Narges Mohammadi |
El premio asesta sin duda un nuevo revés al régimen iraní, presidido hoy por el ultraconservador Ebrahim Raisi y cuyo líder supremo es el ayatolá Ali Jamenei. La presidenta del comité, que ha destacado el “coraje” y la “determinación” de Mohammadi, ha señalado, no obstante, a preguntas de la prensa que no es labor de la organización noruega valorar el impacto que tendrá este reconocimiento en Teherán.
Mohammadi era una de las favoritas para el premio y partía en cabeza de una lista final de seis nominados —de un total de 351 candidaturas—, que también incluía a la activista afgana Mahbouba Seraj, al Tribunal Internacional de Justicia, los activistas por los derechos de los pueblos indígenas Victoria Tauli-Corpuz y Juan Carlos Jintiach, al diplomático Kyaw Moe Tun y el Consejo Consultivo de Unidad Nacional de Myanmar y al Human Rights Data Analysis Group (HRDAG), una organización que documenta datos sobre violaciones de los derechos humanos.
La Nobel de la Paz 2023 comenzó su labor en favor de los derechos humanos en la universidad, mientras estudiaba física e ingeniería. Desde entonces, hace más de tres décadas, ha reclamado la igualdad de derechos de las iraníes y denunciado las violaciones de derechos humanos por parte de la República Islámica de Irán, especialmente respecto a los presos de conciencia y las minorías. También ha abogado por la democracia, las elecciones libres y la abolición de la pena de muerte en su país. Mohammadi compatibilizó inicialmente su activismo con su trabajo como ingeniera en una empresa estatal y las colaboraciones periodísticas en diarios reformistas. En 1998 fue detenida por primera vez. Aquella primera estancia en prisión duró un año. En los 25 años transcurridos desde aquella primera condena, “el régimen iraní la ha arrestado 13 veces, condenado cinco veces y sentenciado a un total de 31 años de prisión y 154 latigazos”, ha subrayado la presidenta del Comité noruego.
La activista iraní ejerció también como portavoz y vicepresidenta del Centro de Defensores de los Derechos Humanos (DHRC), fundado por otra Nobel de la Paz, la también iraní Shirín Ebadi —clausurado en 2008 por el régimen—, una organización en la que contribuyó a prestar asistencia jurídica gratuita a presos de conciencia.
El precio que ha pagado Mohammadi por su compromiso con los derechos humanos ha sido perderlo casi todo. Su trabajo y su carrera en el ámbito de la ciencia y la tecnología —en 2009 fue despedida del organismo estatal en el que trabajaba—; su libertad —lleva entrando y saliendo de prisión desde ese mismo año— y su salud —ha sufrido varios ataques al corazón en la cárcel, donde se le ha negado la adecuada asistencia médica y se la ha mantenido en aislamiento durante largos períodos, según Amnistía Internacional—. El régimen iraní le ha arrebatado sobre todo el ver crecer a Ali y Kiana, sus mellizos de 16 años, a los que hace ocho años que no ve y que viven en el exilio en Francia con su marido, el también expreso político Taghi Rahmani, a quien tampoco ha visto en persona desde hace 10 años.