Un joven contable es acusado del desfalco de la empresa en la que trabajaba y es ingresado en la cárcel barcelonesa. Pendiente de un juicio, por el que puede caerle una pena desproporcionada de entre 6 a 8 años, esa injusticia le llevará, junto con su compañero de celda, a unirse a COPEL, un colectivo de presos que luchaba por los derechos de los presos comunes y la amnistía. Se inicia una guerra por la libertad que hizo cambiar el sistema penitenciario español.
Alberto Rodríguez, responsable de películas galardonadas como La isla mínima o El hombre de las mil caras, afronta este drama carcelario de contenido muy reivindicativo, que vuelve la vista a los apasionantes años de la transición española y al que se le podría poner de pega su largometraje. En el guión ha vuelto a contar con Rafael Cobos y se ha rodeado de un reparto magnífico encabezado por el joven Miguel Herrán y Javier Gutiérrez, que bordan sus papeles, e interpretan a Manuel y Pino, dos presos aparentemente muy diferentes en el modo de concebir la vida pero que sufrirán una transformación personal durante esa estancia en prisión.
La película cuenta con una adecuada ambientación puesto que se rodó en las propias instalaciones reales de la Modelo, lo que le da autenticidad.
Un relato muy asfixiante en algunas secuencias en las que Rodríguez no solo incide en lo poco que se sabe de lo que ocurre dentro de los muros de una prisión sino aporta su propia visión política al dejar claro que ni los funcionarios ni sus mandos creían que hasta allí llegaba la recién inaugurada democracia, de ahí que refleje sin tapujos que el franquismo seguía en reductos como los recintos carcelarios.
A los que vivieron los años de la transición les sonará algunos acontecimientos que vemos en este film, como los graves motines que se produjeron en esos años en las cárceles de toda España.
