Un peregrino durante la travesía marítima |
Al final de la travesía tendremos que haber acumulado, al menos, 90 millas náuticas para que se reconozca la peregrinación. Y después completar, a pie, un mínimo de 12 kilómetros. Pero bueno, de momento seguimos en el mar, rumbo norte, hacia Muros-Noia.
Todo cambia visto desde el mar: los acantilados son más imponentes, los arenales más serenos, las fachadas de las villas marineras más solemnes, los faros más misteriosos... Navegar por las rías es casi un paseo. Es fabuloso porque estás en el mar pero protegido. La cosa cambia al salir a mar abierto. Así, el viaje tiene un lado más calmado y un lado más aventurero.
Tras dejar Arousa y el paisaje de bateas de su ría (la que más tiene), se sigue hacia el norte. Por aquí hay que tener cuidado porque hay bastantes rocas.
Al cabo, entramos de nuevo en el abrazo acogedor de la ría y el mar se calma. El Monte Louro al norte y el castro de Baroña al sur pueden considerarse los centinelas de la ría Muros-Noia. Cuesta apartar la vista del primero. Desde el mar se ve como un cono volcánico que se adentra en el agua, aunque ni es lo uno ni lo otro porque en realidad tiene dos picos y son de granito, nada que tenga que ver con volcanes. Es magnético. A sus pies se extiende una playa gigantesca de arena blanca y una laguna, como si alguien hubiera reunido los más atractivos elementos naturales.
Al otro lado se adivina el castro de Baroña, uno de los yacimientos arqueológicos más singulares de Galicia. Hay que acercarse hasta aquí una vez en tierra, aunque quede en dirección contraria a Santiago. Sería imperdonable no visitarlo estando al lado. Podemos ir primero al centro de interpretación del castro, que está en Porto do Son, y después acercarnos hasta la pequeña península donde se conservan las plantas de las antiguas casas circulares, la doble muralla que defendía el poblado y otros edificios.
Este trayecto marítimo acaba en Muros. Desde aquí, como también desde la otra parte de la ría, desde Porto do Son, partía el antiguo camino jacobeo de la ría. Ambos ramales se unían en Noia y, desde allí, salían hacia Santiago. En la Edad Media, Muros era uno de los puertos más importantes de Galicia. No solo tenía un mayor calado que permitía fondear a los barcos, sino que era el centro del lucrativo negocio de la industria de la sardina.
Así, poco a poco se fue convirtiendo en un puerto estratégico que atraía tanto a marineros como a comerciantes. Los barcos llegaban desde todos los puntos imaginables, pero especialmente recalaban por aquí los que venían del norte de Europa. Y, a bordo, junto a los navegantes, mercaderes y tratantes, venían también los peregrinos.
Aquí no hay tanta prisa así que antes de salir nos damos una vuelta por esta localidad que ha conservado bastante bien su antigua fisonomía de palacetes, arcadas, soportales y callejuelas estrechas y de nombres tan evocadores como los de la Amargura, la Salud, la Esperanza, la Luz o la Soledad. Como los peregrinos, pasamos también por la colegiata de San Pedro, que guarda un objeto único: una pila de agua bendita en cuyo vaso hay tallada una serpiente enroscada.
Siguiendo la costa de la ría llegamos al estuario del Tambre donde encontramos uno de los puentes más hermosos de la zona: Ponte Nafonso. Es de origen medieval pero la estampa que presenta ahora se la han dado las reformas posteriores. Las riadas de siglos pasados se llevaron por delante siete de sus arcos, así que ahora tiene veinte. Algunas viejas barcas de colores abandonadas entre los cañaverales dan un toque melancólico al entorno.
Toca ya visitar Noia, el Portus Apostoli, como se le acabó llamando por ser el puerto más cercano a Santiago. Como ocurría con Muros, hasta aquí llegaban muchos comerciantes y peregrinos para iniciar el camino a Compostela, lo que permitió que la ciudad prosperara económicamente.
El museo de "Lápidas Gremiales" da cuenta de la cantidad de oficios y de la actividad que durante la Edad Media y las épocas posteriores se generó aquí. Es un museo único, no solo por su contenido sino por su ubicación, pues está en una iglesia, en mitad de un cementerio en pleno casco histórico de la villa. Además, este camposanto es un lugar de paso, pues está abierto por dos lados y la gente lo utiliza como una calle más.
La iglesia de San Martiño es otra de las visitas que hay que hacer en Noia. En su fachada se evidencia la influencia del maestro Mateo, pues las figuras se parecen bastante a las que veremos en la catedral de Santiago, pero lo que más llama la atención es que parece inacabada, pues solo tiene una de las dos torres.
Con todas estas historias en la mochila partimos ya desde Noia hacia Santiago, en el tramo final de nuestro viaje. A partir de aquí el ambiente marinero, el aroma salino y los graznidos de las gaviotas se irán quedando atrás, pero bien grabados en la mente. Nos animamos a la voz de ¡ultreia!, que era el saludo de los antiguos peregrinos. Ahora se dice aquello de ¡buen camino!, pero viene a ser lo mismo.
Hay quien le gusta mucho más lo de ultreia, que se traduciría como ¡adelante!, ¡vamos allá!, en referencia al punto final del camino, es decir, a Santiago. A esto se contestaba ¡suseia!, que sería algo así como ¡vamos más arriba!, aunque hay quien lo interpreta como un claro ¡aleluya!
En fin, el caso es que quedan por delante más de 35 kilómetros de recorrido a pie, aunque con solo hacer 12 sería suficiente para completar el "Camino Marítimo" y obtener la tan ansiada Compostela. Pero ya puestos...
Poco después de salir de Noia, el Camino acerca hasta el monasterio de San Xusto de Toxosoutos. Hace tiempo que en este lugar no habitan monjes pero el lugar que eligieron para su ubicación continúa siendo espectacular: las márgenes del río están repletas de cascadas en mitad de un espeso bosque de robles, laureles, helechos y acebos.
La postal es idílica, pero más allá de la belleza también se eligió para aprovechar esos saltos de agua y construir ingenios hidráulicos como batanes y molinos harineros y papeleros, cuyas ruinas, tapizadas de musgos y líquenes, aparecen aquí y allá entre la vegetación. Las pozas que se crean a los pies de las cascadas se siguen utilizando como piscinas naturales y lugares de excursión. La imagen no puede ser más bucólica.
De nuevo en ruta, y con la emoción de llegar al final, vienen a la memoria las palabras dichas por Álvaro Cunqueiro sobre Santiago: "A Compostela se acerca uno como quien se acerca al milagro". Así es. Pero lo insólito está también en lo que se ha dejado atrás.