En la parte inferior izquierda |
Justo ahí, en el norte de Italia y con vistas al hermosísimo Lago de Garda, se comenzó a construir en el siglo XVI esta joya arquitectónica que desafió (y sigue haciéndolo) a la ley de la gravedad, lo que supuso toda una revolución en aquella época. No en vano, parece aferrarse milagrosamente a las paredes del acantilado que la cobija.
Por su dificultoso acceso y la belleza del paraje natural supone uno de los puntos de peregrinación más importantes del país alpino. Hasta el punto de que el Papa Juan Pablo II la visitó en 1988. Se tiene constancia de que era un lugar de culto desde comienzos del año 1.200. Entonces solo existía una pequeña ermita en la que se reunían algunos grupos de personas a orar.
En 1530 se empezó a levantar la actual iglesia de Madonna della Corona, aunque tras sucesivas obras (en una de ellas se añadieron elementos neogóticos a la fachada) tuvo que ser restaurada en los años 70 debido al deterioro sufrido. Y eso que no está permitida la llegada de hordas infinitas de fieles, turistas o curiosos, ya que se levanta únicamente sobre una plataforma de piedra.
La única forma de llegar hasta el santuario es a pie mediante dos caminos. El primero está formado por un conjunto de escaleras y puentes que suelen usar los peregrinos. El segundo, por su parte, es un sendero algo mejor trazado escoltado por distintas estatuas de cobre que representan los diferentes momentos del Vía Crucis vivido por Jesucristo hasta su llegada a la cruz.
Si por fuera es espectacular debido a la paisaje que la rodea, la iglesia por dentro bien merece una visita. La pieza más destacada es, como no podía ser de otra manera, la de la imagen de la propia Virgen de la Corona.