La Sinfonía n.º 9 en re menor, op. 125, conocida también como “Coral”, es la última sinfonía completa del compositor alemán Ludwig van Beethoven. Es una de las obras más trascendentales, importantes y populares de la música y el arte. Su último movimiento es un final coral sorprendentemente inusual en su época que se ha convertido en símbolo de la libertad. Precisamente, una adaptación de la sinfonía, realizada por Herbert von Karajan es, desde 1972, el himno de la Unión Europea (UE).1 En 2001, la partitura original de la sinfonía se inscribió en el Registro de la Memoria del Mundo de la UNESCO, donde forma parte, junto con otros sobresalientes monumentos, de la herencia espiritual de la humanidad.
En 1817 la Sociedad Filarmónica de Londres encargó la composición de la sinfonía. Beethoven comenzó a componerla en 1818 y finalizó su composición a principios de 1824. Sin embargo, tanto la parte coral como las notas de la sinfonía disponen de fuentes para datarlas en un momento temprano en la carrera de Beethoven.
El poema de Friedrich Schiller An die Freude (noviembre de 1785), traducido como A la alegría, y conocido como Oda a la alegría que Schiller publicó en 1786 en la primera versión y 1808 póstumo en la versión definitiva (clásica), provocó en Beethoven la intención de musicalizarlo ya desde 1793 cuando tenía 22 años. Se suele distinguir entre Oda a la alegría para denominar al poema original de Schiller, e «Himno a la alegría» como denominación del cuarto movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven, que incluye una selección del texto de Schiller, las palabras introductorias de Beethoven, y, por supuesto, la música.
Beethoven encarna el tránsito del estilo clásico al estilo romántico, rompiendo el esquema cerrado de las formas musicales para adaptarlas a esta incipiente libertad individual. Es uno de los primeros músicos que viven de lo que venden componiendo, algo que comenzó a hacer Mozart, y creó un precedente en el oficio de compositor, despegándose del mecenazgo al que estaban sometidos otros músicos, como Haydn.
Beethoven estaba ansioso por estrenar su trabajo en Berlín tan pronto como fuera posible después de terminarlo, dado que pensó que el gusto musical en Viena estaba dominado por compositores italianos como Rossini. Cuando sus amigos y financistas oyeron eso, le motivaron a estrenar la sinfonía en la misma Viena.
El estreno de la novena sinfonía fue diez años después de la Octava, el 7 de mayo de 1824 en el Kärntnertortheater de Viena, junto con la obertura de Die Weihe des Hauses y las tres primeras partes de la Missa Solemnis. Esta fue la primera aparición en escena de Beethoven después de doce años; la sala estuvo llena. Nadie quiso perderse el estreno de la sinfonía y de la que se presumía sería la última aparición pública del genio alemán, y efectivamente así fue: en los tres años siguientes, se recluyó en casa aquejado de diversas enfermedades que lo postraron hasta su muerte
Las partes de soprano y alto fueron interpretadas por las jóvenes y famosas Henriette Sontag y Caroline Unger.
Aunque la interpretación fue oficialmente dirigida por Michael Umlauf, maestro de capilla, él y Beethoven compartieron el escenario. El público terminó encantado, ovacionando a los músicos. Sin embargo, la actuación del 23 de mayo en la sala de la fortaleza no tuvo gran asistencia. Beethoven no podía oír el estreno pero lo siguió en una copia de la partitura, imaginando en su mente los sonidos que todos los demás escuchaban. Al final de la ejecución, él todavía estaba enfrascado en su partitura sin poder oír los aplausos. Uno de los solistas le tocó el brazo y le hizo girar para que pudiera ver las manos que aplaudían y los pañuelos que se agitaban en el aire. Entonces el compositor se inclinó y saludó a la audiencia.