lunes, 29 de abril de 2024

Exposición de Sorolla en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid

Joaquín Sorolla
Joaquín Sorolla
, el pintor de los cielos mediterráneos, de la luz y el color –Miguel de Unamuno le reprochó tanta luminosidad en medio de la grisura del 98–, se ha aclimatado en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid con una versión alejada de las claves que le hacen más reconocible. Una veintena de lienzos fechados entre 1902 y 1910 reedita otra faceta menos conocida de Sorolla (1863-1923): su relación con la escultura desde su inicial etapa de formación en Valencia y Madrid, hasta sus salidas en París y principalmente Italia –becado por la Diputación de Valencia– donde contactó con el arte clásico. Aunque no modeló, sí se aproximó a la arquitectura y escultura como explican los fondos expuestos en 'Sorolla y la escultura pintada', lema de la exposición inaugurada el pasado vienes y que permanecerá en Valladolid hasta el 25 de agosto.

Nómada, viajero, peregrino y curioso, además de 'homo viator' Sorolla fue esencialmente 'homo pictor' en cualquier latitud, como ocurrió con sus viajes a la Castilla de principios del XX, donde se prendó de las esculturas y relieves que adornan tímpanos, fachadas y monumentos funerarios de las catedrales e iglesias. Así le ocurrió con Ávila, León, Burgos y Segovia, destinos recurrentes entre 1902 y 1911, a través de los lienzos que fundamentan objeto de esta exposición, cedidos para la ocasión por la Fundación Sorolla y Casa Sorolla, .

«Se trata de explicar ese interés por la escultura en los viajes que hizo por Castilla y León», detalló Elvira Guerra, bajo la seducción del retablo de la cartuja de Miraflores (1910), de la capilla de los Condestables en la catedral de Burgos (1910), el interior de la de León (1910), de la fachada de la iglesia de San Vicente en Ávila (1910) y del monasterio del Parral en Segovia (1906). Son algunos de los cuadros que conviven en un mismo espacio, a modo de diálogo, contraste o complemento, con esculturas procedentes del museo que acoge la exposición, principalmente ángeles, profetas y músicos.

Lejos de la sensualidad de la atmósfera levantina, del agua mansa, la brisa amable y el cielo luminoso, el pintor de la luz se las tuvo que ver en Castilla con la severa geometría de sus catedrales, de ese catecismo en piedra tallado en tímpanos, jambas y arquivoltas que él plasmó, como siempre, al aire libre en paisajes y calles nevadas como las de Ávila y Burgos.  La exposición incluye alguna pintura de esculturas de su propiedad en la casa madrileña que Sorolla habitó en la calle General Martínez Campos, convertido en Museo Sorolla.